Autor: Michelle Serra
Un
padre cincuentón vive solo con su hijo de diecinueve años, eternamente cansado al
igual todos sus coetáneos. Como describe con un oxímoron insuperable: “Eres un
perfeccionista de la negligencia”. No consigue convencerle para llevar una vida
útil y ordenada a pesar de aplicar las estrategias más variopintas para llegar
a él. Aunque es un libro extremadamente breve y muy divertido, recomiendo leerlo
varias veces para no perder ninguno de los pensamientos que invaden la mente
del padre. Algunos de ellos podríamos ponerlos con imán en la nevera. Es casi
inevitable vernos reflejados en la mayoría, y además sin parar de reírnos, ya
que es un relato ágil y sarcástico, pero que nunca se ve ensombrecido por la
amargura.
Creo que su es lectura indispensable
para quienes tienen cerca un adolescente ingobernable y desidioso, y para cualquier
adulto que observe con estupor la generación que ha de sucederle. Pero también
ofrece reflexiones muy profundas sobre grandes cuestiones a las que todos hemos
de dar respuesta: autoridad, amor paterno, pereza, los objetivos en la vida, la
transmisión de la cultura, el legado de los antepasados, el desprendimiento
hacia la propia vida aceptando la muerte, la necesidad o no de Dios, la
frivolidad, los grandes ideales…
El
autor ha elegido la forma de un diálogo desternillante con el hijo, que, por
otra parte, nunca replica. Prácticamente este sólo pronuncia una palabra al
final del libro. Una palabra que llena la vida entera del padre y le compensa
de los sinsabores que ha padecido Es un final tan maravilloso que rubrica con
esperanza el relato completo.
Después
de todo, quizá la clave para que, como en la escultura de Miguel Angel, aparezca
el Moisés que duerme en el interior de los descerebrados y cansados, sea
ofrecerles con amor una meta tan alta que parezca inalcanzable. Limitar sus
aspiraciones, y las nuestras, a tareas casi de supervivencia, empequeñece el
espíritu y nos condena a la pereza.
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