jueves, 14 de julio de 2016

Los cansados

Autor: Michelle Serra


            Un padre cincuentón vive solo con su hijo de diecinueve años, eternamente cansado al igual todos sus coetáneos. Como describe con un oxímoron insuperable: “Eres un perfeccionista de la negligencia”. No consigue convencerle para llevar una vida útil y ordenada a pesar de aplicar las estrategias más variopintas para llegar a él. Aunque es un libro extremadamente breve y muy divertido, recomiendo leerlo varias veces para no perder ninguno de los pensamientos que invaden la mente del padre. Algunos de ellos podríamos ponerlos con imán en la nevera. Es casi inevitable vernos reflejados en la mayoría, y además sin parar de reírnos, ya que es un relato ágil y sarcástico, pero que nunca se ve ensombrecido por la amargura.

            Creo que su es lectura indispensable para quienes tienen cerca un adolescente ingobernable y desidioso, y para cualquier adulto que observe con estupor la generación que ha de sucederle. Pero también ofrece reflexiones muy profundas sobre grandes cuestiones a las que todos hemos de dar respuesta: autoridad, amor paterno, pereza, los objetivos en la vida, la transmisión de la cultura, el legado de los antepasados, el desprendimiento hacia la propia vida aceptando la muerte, la necesidad o no de Dios, la frivolidad, los grandes ideales…

            El autor ha elegido la forma de un diálogo desternillante con el hijo, que, por otra parte, nunca replica. Prácticamente este sólo pronuncia una palabra al final del libro. Una palabra que llena la vida entera del padre y le compensa de los sinsabores que ha padecido Es un final tan maravilloso que rubrica con esperanza el relato completo.


            Después de todo, quizá la clave para que, como en la escultura de Miguel Angel, aparezca el Moisés que duerme en el interior de los descerebrados y cansados, sea ofrecerles con amor una meta tan alta que parezca inalcanzable. Limitar sus aspiraciones, y las nuestras, a tareas casi de supervivencia, empequeñece el espíritu y nos condena a la pereza.

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