martes, 19 de mayo de 2015

El bosque animado

Autor: Wenceslao Fernández Florez

            Esta sucesión de narraciones breves (estancias), la he leído varias veces a lo largo de mi vida. La primera vez, mis ojos únicamente habían visto encenderse 15 veces las llamitas de las cerezas en los huertos, tal como describe el autor la edad de la niña Pilara. Recuerdo que simultáneamente lo leímos mi madre y un hermano y muchos de sus pasajes se incorporaron desde entonces a nuestro lenguaje compartido. Así, mis frecuentes olvidos generaban indefectiblemente en mi madre el reproche amoroso: “Hija, estás como las moscas”. En alusión a la ausencia de memoria de esos insectos que se describe en la estancia El Pueblo Pardo. De modo que cada nueva lectura consigue trasladarme a mi refugio infantil.

            Algunas estancias utilizan el recurso de la fábula con animales. Si bien carecen de la moraleja final. Aunque nosotros, avezados lectores, rápidamente la encontramos. Así, en la primera, los árboles nos hacen ver que no siempre aquellos que aparecen triunfadores a nuestros ojos lo son realmente. O la crueldad de hacer sufrir a otros por naderías, tal como sucede cuando matan a la esposa del topo para adornar un gabán con su piel. Y los gatos domésticos, que creyéndose panteritas fracasan en su ataque insensato al buey y nos demuestran la necedad de sucumbir ante quienes nos halagan por encima de nuestras cualidades reales. Sin olvidar las estancias protagonizadas por personas, que rebosan poesía a la vez que un humor especial.

            Me ha sorprendido que ahora estime más denso el libro que cuando lo leí por primera vez. Como no hay que suponer una nueva redacción del autor, puesto que ha medio siglo que se tutea con la Santa Compaña, no cabe más opción que concluir que mis lecturas se han ido haciendo más livianas e incluso superficiales en su forma. Aunque, como otras veces, he disfrutado muchísimo.


            El lirismo mágico lo aparta del realismo imperante en las novelas de posguerra. Con un lenguaje riquísimo y unas frases muy elaboradas. Por lo tanto, una maravillosa novela de un académico de la lengua en cuyo discurso de entrada dijo “Si prescindimos del Quijote, el humor en España lo he inventado yo”

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